De querellas

Todos estamos llenos de luchas internas y batallas. Es lo que nos mueve, es lo que nos quita y nos da lo que tenemos en nuestro presente. Algunas son decididas, otras no. Algunas son nuestras y otras las hacemos parte de nosotros.

La premisa no es regocijante pero podemos concluir que nuestras vidas se miden por nuestras decisiones y reacciones ante todo lo que nos sucede (esto va unido a la libertad, pero ese es otro tema).

No nos detenemos a pensar en que además de soportar todo eso que nos pasa, tenemos que hacerle frente a la vida, como si fuese un sacrificio. Esto, lleva un desgaste de aguantar mientras vas en contra de la corriente, en contra de lo que es vivir.

Por otra parte, ‘eso’, lo que ‘nos pasa’, es tan sencillo como el efecto a una causa. Pero somos humanos, nada puede ser tan sencillo.

Nos enganchamos en la causa, en lo que hicimos, lo que dejamos de hacer, sin poder dejar atrás el pasado o lo que no te deja avanzar. O, si se trata de un factor netamente externo: lo sucedido, ¿Por qué a mí? ¿Por qué tengo que pasar por esto? No siempre existe una respuesta lógica o comprensible, ‘es lo que hay’.

Si el párrafo anterior te hizo ruido, respecto a no poder superar o dejar atrás una situación, te va a encantar este artículo: 10 claves para mandar todo al carajo

Hoy no existe mensaje inspirador, mensaje de resolución, simplemente es dejar claro algo sobre las luchas: Todos somos mundos dentro de galaxias y universos. Todos tenemos en el pecho una sedición, una conspiración de superar algo que no siempre proyectamos a través de nuestra voz y nuestros ojos. Ninguna lucha es más importante que otra porque somos humanos, y las ‘vivencias’ son personales y no son medibles. Todos percibimos distinto, sentimos distinto, priorizamos distinto, venimos de una construcción social distinta (así exista una región, gentilicio o estatus social que nos una). Por lo tanto, no todos guardamos las mismas ganas, razones, desgracias, respiros, suspiros… y mucho menos luchas.

Es así, como ella. Ella, que su día comienza a las 4 de la mañana con los ojos empañados, las manos frías y la planta de los pies malgastados de tanto caminar. Y, aunque el trasteo con el suelo borra las huella del día de ayer, ella, vive en un presente automático, respirando entre cada intermedio de cada ‘comida’: el resuelve de la mañana, las escaleras hasta las vías principales, el aire que hiede a esperanzas rotas, dejar al chamo en la escuela, la cola por el transporte, por la comida, por los sueños. Ella, liberada y “empoderada”, lucha por llegar a casa de su madre con una arepa bajo el brazo para alimentar a su hijo, que quiere sola, que ama sola, que cría a medias.

O como él, ejemplo familiar, titán del quince y último, de carrera. Que lleva a cuestas el peso de un apellido por sacar adelante. Se viste de caballero en las noches de citas con su prometida y en las madrugadas saca números para conseguir un techo en donde hacer hogar.

La doña, que las arrugas le estorban en el espejo. Se dedica a pensar en cómo la vida se le ha ido entre compromisos, reuniones, tardes de café y oraciones. Ya no le alcanza tanta energía para tanta sociedad. Su respiración es lenta ahora, su copete más alto que nunca, pero aún el tinte le alcanza, y sonríe en cada “abuela” que refresca su casa.

El don, de meñique mojado, anticuado, riguroso y clásico. Este presente que le toco vivir no tiene el mismo ritmo lento, por lo que la dificultad de sus cambios, le pesan al querer adaptarse a ellos. A la distancia se detiene en pensar en todos los críos, sus sucesores, que tienen otras prioridades, otras visiones (basadas en lo mismo), otros materiales que piensan comprar. Se preocupa por sus entradas (de dinero, de cabello, de edad) que no le van con su estilo de vida anterior. Se arrepiente de no haber aprovechado mejor el tiempo, pero aún, sin poder mudar los aires, sin poder obrar distinto, sin poder disfrutar.

El señor y la señora, juntos, infelizmente juntos, hasta la eternidad. Guerreros del gas, el pan de hoy, los días bancarios, el repuesto del carro y los chismes de cuadra. Están separados por la cotidianidad y unidos por la costumbre. Se aman por el agradecimiento de las canas compartidas que se desenamoraron con el tiempo y el desgano de luchar por otras cosas en el camino. Sus batallas de crianzas ya no existen, rivalizan con el tiempo de espera entre cada visita de sus hijos o algún acontecimiento público que les anime el guarapo.

El chamo, que no tiene otra realidad de la que está viviendo. Él no decidió pero es el resultado de su crianza, y batalla con lo que le hayan puesto en su frente, dispuesto a todo.

El viejo, que no recuerda que desayunó mientras la vivencia contada le zarandea la nostalgia. Se permite disputar su constante dilema con el vértigo, la orina y sus ganas. Su punto a favor, es que su vacío en el pecho tiene la forma de cada abrazo de sus nietos.

El enfermo y sus familiares, en su propio mundo, en su realidad. Aguantando la respiración entre evaluaciones, resultados y recaídas. Enfermedades degenerativas, autoinmunes, mentales, entre otras, crónicas o agudas, hay mucha tela que cortar, muchas lágrimas que derramar, excesivas esperanzas en las que poner empeño. En la mente no existe nada más que el olor a esterilizado, la impotencia y la falta de paciencia.

Los que resisten, héroes de RRSS, de conversaciones de mesa, de lágrimas de los indiferentes. Héroes de un despecho colectivo que busca desahogo como olla de presión. Su lucha es el resultado de tanta causa de gobiernos.

Los que hicieron trinchera en ideales, que creen, que de verdad, tienen fe. Están de diferentes lados de la historia y de la balanza. Sus luchas internas ya las han superado. El absoluto radica en ellos, saben lo que son, lo que quieren, sus prioridades y labor en la sociedad. Son distintos, piensan distinto y dependerá de tu tolerancia/entendimiento juzgar el porcentaje de error o acierto, incluso de fanatismo, que llevan consigo sus banderas.

A los emprendedores, vivarachos del crecimiento personal, ajetreados por sus miedos y decisiones más riesgosas. Llevan consigo el ‘creer’ como flecha, lanza, punta, escudo y lema. No es fácil, pero nadie dijo que lo seria.

A otras luchas; las madres, que no consiguen ‘las formulas’; los artistas, que construimos un lugar/país/entorno/mundo mejor, a través de la cultura; a los apolíticos, que creen en su día y trabajar por ellos; a los de causas nobles, que al escuchar cohetes combaten su pensamiento hacia sus familiares de cuatro patas, o sus ideales ambientalistas; a los que a veces no tenemos idea de qué hacer, la vida se nos va en pequeñas acciones que intentamos; a los miedosos, que la ansiedad de querer vivir en su país (ideal) no los deja vivir, ni hacer nada al respecto; a los amores no correspondidos, que arman tormentas en vasos de agua pero que aún sienten como el poeta; a quienes tienen familiares en el exterior y su contienda semanal es con el ‘internet’; a los olvidados; a los que se quedan, y luchan cotidianamente con su razón de quedarse; A los que viven en el recuerdo, con esa regresión a un mejor lugar, a un mejor estado mental; y muchas otras luchas más que desconocemos.

Difícil de entender, difícil de aceptar, pero siempre habrá una lucha refutable y de mayor importancia que otra, depende la perspectiva que lo veas. Lo que queda, a mi parecer, es dejar de pensar en individual, comenzar a dar a tu entorno de la forma que puedas aportar, estando en paz con tus luchas externas y externas.

En todas las batallas, no hay que dejarle dudas al arrepentimiento, hay que vivirlo y darlo todo.

Autor: blytos

Estoy obsesionado con el comportamiento humano. Tanto así, que lo hago parte de mi trabajo, cotidianidad y conversaciones más comunes. Medio Escritor, Dedicado al Branding. 1/3 Chef y una fusa (1/8) de Músico Pasión: Comunicación (en todas sus formas), crecimiento y comportamiento del ser humano, emprendimiento y filantropía Positivo, analítico, romántico empedernido, impertinente y sarcástico. Tengo fe que Startups y proyectos sociales dominarán al mundo

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