Y se vieron. Se reencontraron.
Son fuego, son aire, son el agua de sus gargantas seca, son sed y alimento, son el verbo en pausa, son una contradicción y humores que perfuman en su alma.
Son el instante del saludo y la eternidad de sus miradas.
Sin embargo, no fueron paz. Esa paz del abrazo que apaciguaba la luna.